viernes, 29 de agosto de 2008

TOCAR EL ESPIRITU (2 DE 2)

La Biblia consta de palabras escritas, no de sonidos. Con excepción de algunos salmos que usan la palabra selah, no hay otra indicación en toda la Biblia que diga si debemos leerla en voz alta o en voz baja. Sin embargo, cuando la leemos, debemos saber algo de la forma en que se escribió. Si no podemos distinguir entre las porciones “intensas” y las porciones “suaves”, ¿cómo podremos distinguir la condición del espíritu?
Muchos pasajes bíblicos son palabras de súplica. Son un ruego de un predicador del evangelio cuando llama a los hombres a creer en el Señor. El predicador implora porque sabe de los sufrimientos de los pecadores y ve el peligro de sus caminos delante del Señor. Les implora porque está lleno de la compasión del Señor y porque desea que los pecadores se vuelvan al Señor; sabe que cierto pasaje de las Escrituras es una súplica porque percibe las palabras, la compasión, y la comprensión que contiene para con los pecadores. Si lee este pasaje sin los sentimientos que están detrás, le será muy difícil poder entenderlo.
Algunos pasajes de la Biblia son amonestaciones; si uno no ha sido quebrantado por el Señor, no sabrá lo que significan cuando las lea ni conocerá el significado de la reprensión que se hace bajo la presión del espíritu; sólo sabrá reprender cuando esté enojado. No se percatará de que el espíritu que sustenta las palabras puede ser diferente aun cuando las palabras de reprensión sean las mismas.
Debemos aprender a tocar el espíritu de la Biblia con nuestro espíritu. Para adiestrar nuestro espíritu, el Espíritu Santo dispone todas nuestras circunstancias. Debemos darnos cuenta de que el mejor y más importante adiestramiento en nuestra vida proviene de la disciplina del Espíritu Santo, la cual se halla en Sus manos, no en las nuestras. El nos aplica esta disciplina gradualmente. Cuando somos disciplinados continuamente, nuestro espíritu es templado hasta tener la condición apropiada. Nuestro espíritu es ajustado por todos lados; recibe un pequeño golpe aquí, un poco de gozo allá; un poco de paciencia aquí y una pequeña privación allí. En consecuencia, nuestro espíritu es templado y encaja exactamente en el pasaje que estemos leyendo. Cuando nuestro espíritu es llevado a una condición apropiada, las palabras serán transparentes y claras para nosotros, aun cuando los pensamientos que gobiernan las palabras no hayan cambiado en lo absoluto. Cuando hablamos de ellas, tal vez salgan las mismas palabras, y los pensamientos en que se apoyan pueden ser los mismos; sin embargo, empezaremos a saber de qué hablamos y a tener convicción en lo que decimos. Este no es el resultado de la claridad de ideas o palabras, sino de la claridad en el espíritu. Esto es más profundo que las palabras y las ideas. Es tan profundo que lo único que podemos decir es que no tenemos dudas, que todo se nos ha vuelto transparente. Esto es lo que sucede cuando el Espíritu de Dios acopla nuestro espíritu al espíritu de Su Palabra.Extracto lsm Watchman Nee
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TOCAR EL ESPIRITU

Cómo tocar el espíritu que yace detrás de la Palabra (1 de 2)
¿Cómo podemos tocar el espíritu que está detrás de la Palabra? Quisiéramos destacar que esto sólo se puede llevar a cabo por la disciplina del Espíritu Santo, no por el esfuerzo del hombre. La disciplina del Espíritu Santo indica que el Espíritu de Dios reemplaza las obras del hombre. El Espíritu de Dios dispone las circunstancias y actúa en nosotros hasta que nuestro espíritu llega a ser compatible con el de las Escrituras. Aunque los dos espíritus no son idénticos, deben tener caracteres afines. Sólo entonces tocaremos el espíritu que se halla detrás de la Palabra, pues cuando ambos están al mismo nivel, podemos tocar lo que yace detrás de la Palabra. Podemos llegar a la cumbre más elevada en el estudio de las Escrituras cuando nuestro espíritu armoniza con el espíritu de los escritores de la Biblia. Cuando esto sucede, tocamos el contenido espiritual de la Palabra.
El espíritu que yace detrás de la Palabra es un espíritu muy específico y definido; no está escondido detrás de ella de una manera vaga. El Espíritu Santo primero amolda los escritores de la Biblia; después los sella con Su aprobación, y por último los usa como amanuenses de las Escrituras. El espíritu de ellos era perfecto, y por medio de sus espíritus el Espíritu Santo escribió las palabras que constituyeron la Biblia. Es decir, la inspiración del Espíritu Santo no solamente incluye las palabras que escribieron los hombres, sino también la preparación de esos hombres para que fueran vasos útiles. Ya que estos vasos fueron llenos del Espíritu, pudieron escribir lo que escribieron. Por tanto, el espíritu de la Biblia es perfecto, dinámico, infalible y exacto. El Espíritu Santo actuó en el espíritu de los escritores y puso Su marca de aprobación y satisfacción en ellos. El concluyó que estos hombres no iban a restringir ni limitar Su libertad; El podía expresar sus intenciones libremente. Ni siquiera su más ligero aliento ha sido inhibido por tales hombres. Podemos decir que la Biblia es el mismísimo aliento del Espíritu Santo. Comunica el espíritu de los hombres, pero cuando se expresa, lleva consigo el mismo aliento del Espíritu Santo. El tiene absoluta libertad en estos hombres, de tal modo que sus espíritus se confunden con El, y la manifestación de sus espíritus es casi la misma que la Suya. Los escritores de la Biblia fueron guiados de esta manera por el Espíritu Santo al escribirla. Cuando leemos las Escrituras, nuestro espíritu también debe ser guiado por el Espíritu Santo a armonizar con el espíritu de quienes fueron ungidos para escribirla. Esta es la única manera en que podemos tocar el espíritu que se halla detrás de la Palabra de Dios. El estudio de la Biblia no es simplemente un examen de las palabras de la Biblia ni sólo el entendimiento de su significado. El Señor tiene que guiarnos a que nuestro espíritu llegue a ser uno con el espíritu de la Palabra.Extracto de lsm Watchman Nee
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jueves, 21 de agosto de 2008

EL DIOS DE LA RESURRECCIÓN I


EL DIOS DELA RESURRECCIÓN
“Pues fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de vivir. De hecho tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos” (2 Co. 1:8b-9).
“Por tanto, no nos desanimamos; antes aunque nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Co. 4:16-17).
“Porque ellos, por pocos días nos disciplinaban como les parecía, pero El para lo que es provechoso, para que participemos de Su santidad” (He. 12:10).
“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de Su Hijo” (Ro. 8:28-29a).
“Dios ... el cual da vida a los muertos” (Ro. 4:17).
“Yo soy ... el Viviente; estuve muerto, mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos” (Ap. 1:17b-18a).
El sufrimiento es una porción asignada a todos los habitantes de la tierra. Nadie puede evadir el sufrimiento. Algunos se imaginan que siempre y cuando uno crea en el Señor y le tema, no padecerá ninguna tribulación; sin embargo, son muchos los cristianos que sufren indeciblemente. Incluso aquellos que tienen una viva comunión con Dios experimentan continuas aflicciones.
Los incrédulos a menudo se preguntan: “Si en verdad Dios ama al mundo, ¿por qué entonces permite que tanta gente sufra?”. Y los que ya son salvos suelen preguntar: “Si Dios ama a Sus hijos, ¿por qué permite que tantos males les sobrevengan?”. Otros se preguntan: “¿Cómo es posible que cuanto más espirituales somos, más aflicciones afrontamos?”. Éstas no son meras quejas conjeturales, sino preguntas muy realistas que todos debemos hacernos.
¿Por qué el hombre, siendo una criatura de Dios, debe estar sujeto a padecimientos durante toda su vida? ¿Por qué debe seguir sufriendo aún después de haber sido hecho hijo de Dios? ¿Y por qué se multiplican las aflicciones a medida que aumenta nuestra devoción hacia Dios?
De joven pasé mucho tiempo indagando acerca del tema del sufrimiento, pero, debido a lo superficial que era mi conocimiento del Señor en aquel entonces, sólo pude extraer de mis estudios las siguientes conclusiones: (1) El hombre tiende a cometer errores; por tanto, el sufrimiento resulta útil para corregirlo. (2) Es necesario que suframos si hemos de consolar a otros, pues sólo aquellos que han sufrido pueden brindar verdadera ayuda a los demás. (3) Los sufrimientos son una disciplina esencial que nos permite desarrollar perseverancia, pues, como dice Romanos 5: “La tribulación produce perseverancia”. (4) El sufrimiento es inevitable si hemos de ser moldeados y llegar a ser vasos útiles a Dios.
Aunque estas cuatro conclusiones a las que llegué en mi juventud ciertamente son correctas, reconozco que están muy lejos del blanco, pues, en última instancia, la finalidad de los sufrimientos es que se lleve a cabo el propósito eterno de Dios. Este propósito nos ha sido revelado a través de las Escrituras, pero sólo puede llevarse a cabo por medio de los sufrimientos. Además, para que este propósito se lleve a cabo, es necesario que conozcamos a Dios en nuestra experiencia, no solamente como el Dios vivo, sino como el Dios de la resurrección.
La experiencia que han tenido todos aquellos que han sido salvos provee al menos alguna evidencia de que Dios es un Dios vivo; sin embargo, son muy pocos los que se han dado cuenta de que el Dios que mora en ellos es el Dios de la resurrección. Si todavía no hemos visto claramente la diferencia entre el Dios vivo y el Dios de la resurrección, nos encontraremos con muchos problemas mientras procuramos avanzar en nuestra experiencia cristiana. Permítanme explicarles de manera sencilla en qué radica esta diferencia.Extraido de LSM WITNESS LEE

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miércoles, 20 de agosto de 2008

EL SACRIFICIO DE LA ALABANZA


EL SACRIFICIO DE ALABANZA
La Biblia presta mucha atención a la alabanza. El tema de la alabanza se menciona con frecuencia en las Escrituras. Salmos, en particular, es un libro en el que abundan las alabanzas. De hecho, en el Antiguo Testamento, el libro de Salmos es un libro de alabanza. Así pues, muchas alabanzas son citas tomadas del libro de Salmos.
Sin embargo, el libro de Salmos contiene no sólo capítulos dedicados a la alabanza, sino también capítulos que hacen referencia a diversos sufrimientos. Dios desea mostrar a Su pueblo que aquellos que le alaban son los mismos que fueron guiados a través de diversas tribulaciones y cuyos sentimientos fueron lastimados. Estos salmos nos muestran hombres que fueron guiados por Dios a través de las sombras de la oscuridad; hombres que fueron despreciados, difamados y perseguidos. “Todas Tus ondas y Tus olas / Pasan sobre mí” (42:7). No obstante, fue en tal clase de personas en quienes el Señor pudo perfeccionar la alabanza. Las expresiones de alabanza no siempre proceden de aquellos que no tienen problemas, sino que proceden mucho más de aquellos que reciben disciplina y son probados. En los salmos podemos detectar tanto los sentimientos más lastimeros como las alabanzas más sublimes. Dios echa mano de muchas penurias, dificultades e injurias, a fin de crear alabanzas en Su pueblo. El Señor hace que, a través de las circunstancias difíciles, ellos aprendan a ser personas que alaban en Su presencia.
La alabanza más entusiasta no siempre procede de las personas que están más contentas. Con frecuencia, tales alabanzas surgen de personas que atraviesan por las circunstancias más difíciles. Este tipo de alabanza es sumamente agradable al Señor y recibe Su bendición. Dios no desea que los hombres le alaben sólo cuando se encuentren en la cima contemplando Canaán, la tierra prometida; más bien, Dios anhela que Su pueblo le componga salmos y le alabe, aun cuando anden “en valle de sombra de muerte” (23:4). En esto consiste la auténtica alabanza.
Esto nos muestra la naturaleza que Dios le atribuye a la alabanza. La alabanza es, por naturaleza, una ofrenda, un sacrificio. En otras palabras, la alabanza proviene del dolor y de los sufrimientos. Hebreos 13:15 dice: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de El, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan Su nombre”. ¿En qué consiste un sacrificio? Un sacrificio es una ofrenda, y una ofrenda implica muerte y pérdida. El que presente una ofrenda debe sufrir alguna pérdida. Toda ofrenda, o sacrificio, deberá ser entregada. Tal entrega implica sufrir pérdida. El buey o el cordero que usted ofreció, le pertenecían; pero cuando usted los entregó, cuando los elevó en calidad de ofrenda, los sacrificó. El hecho de ofrecer algo no indica que habrá ganancia; más bien, significa que se sufrirá una pérdida. Cuando una persona ofrece su alabanza, ella pierde algo; ella está ofreciendo un sacrificio a Dios. En otras palabras, Dios inflige heridas; Él quebranta y hiere a la persona, pero, a su vez, dicha persona se vuelve a Él ofreciéndole alabanzas. La alabanza ofrecida a Dios a costa de algún sufrimiento, constituye una ofrenda. Dios desea que el hombre le alabe de esta manera; Él desea ser entronizado por esta clase de alabanza. ¿Cómo obtendrá Dios Su alabanza? Dios desea que Sus hijos le alaben en medio de sus sufrimientos. No debiéramos alabar a Dios sólo cuando hemos recibido algún beneficio. Si bien la alabanza que se ofrece por haber recibido un beneficio sigue siendo una alabanza, no puede considerarse una ofrenda. Una ofrenda, en principio, está basada en el sufrimiento de alguna pérdida. Así pues, el elemento de pérdida está implícito en toda ofrenda. Dios desea que le alabemos en medio de tales pérdidas. Esto constituye una verdadera ofrenda.
No sólo debemos ofrecer oraciones a Dios, sino que es menester que aprendamos a alabarle. Es necesario que desde el inicio de nuestra vida cristiana entendamos cuál es el significado de la alabanza. Debemos alabar a Dios incesantemente. David recibió gracia de Dios para alabarle siete veces al día. Alabar a Dios cada día es un buen ejercicio, una muy buena lección y una excelente práctica espiritual. Debemos aprender a alabarle al levantarnos de madrugada, al enfrentar algún problema, al estar en una reunión o al estar a solas. Debemos alabar a Dios al menos siete veces al día; no dejemos que David nos supere al respecto. Si no aprendemos a alabar a Dios cada día, difícilmente participaremos del sacrificio de alabanza al cual se refiere Hebreos 13.
A medida que desarrollemos el hábito de la alabanza, tendremos días en los que nos será imposible reunir las fuerzas necesarias para alabar. Puede que hoy, ayer y anteayer hayamos alabado a Dios siete veces al día, y que le hayamos alabado con la misma constancia la semana pasada o el mes anterior. Pero llega el día en que simplemente nos es imposible proferir alguna alabanza. Son días en los que a uno lo agobia el dolor, la oscuridad total o los problemas más graves. En tales días, uno es víctima de malentendidos y calumnias, y se encuentra tan agobiado que, incluso, derrama lágrimas de auto compasión. ¿Cómo es posible que en tales días podamos alabar a Dios? Es imposible alabarlo debido a que uno se siente herido, dolido y atribulado. Uno siente que la respuesta más obvia no consiste en alabar, sino en lamentarse. Se siente que lo más normal sería murmurar en lugar de dar gracias, y no hay deseos de alabar ni se piensa en hacerlo. Al tomar en cuenta las circunstancias y el estado en que uno se encuentra, pensamos que alabar no es lo más apropiado. En ese preciso instante deberíamos recordar que el trono de Jehová permanece inmutable, que Su nombre no ha cambiado y que Su gloria no ha mermado. Uno debe alabarlo simplemente por el hecho de que Él es digno de ser alabado. Uno debe bendecirlo por la sencilla razón de que Él merece toda bendición. Aunque uno esté agobiado por las dificultades, Él sigue siendo digno de alabanza; entonces, a pesar de estar angustiados, somos llevados a alabarlo. En ese momento, nuestra alabanza viene a ser un sacrificio de alabanza. Esta alabanza equivale a sacrificar nuestro becerro gordo. Equivale a poner lo que más amamos, nuestro Isaac, en el altar. Así, al alabar con lágrimas en los ojos, elevamos a Dios lo que constituye un sacrificio de alabanza. ¿En qué consiste una ofrenda? Una ofrenda implica heridas, muerte, pérdida y sacrificio. En presencia de Dios, uno ha sido herido y sacrificado. Delante de Dios, uno ha sufrido pérdida y ha muerto. Sin embargo, uno reconoce que el trono de Dios permanece firme en los cielos y no puede ser conmovido; y, entonces, uno no puede dejar de alabar a Dios. En esto consiste el sacrificio de alabanza. Dios desea que Sus hijos le alaben en todo orden de cosas y en medio de cualquier circunstancia. Extraido de LSM

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lunes, 18 de agosto de 2008

LA ALABANZA


LA ALABANZA
Lectura bíblica: Sal. 22:3; 50:23; 106:12, 47; 146:2; He. 13:15

La alabanza constituye la labor más sublime que los hijos de Dios puedan llevar a cabo. Se puede decir que la expresión más sublime de la vida espiritual de un santo es su alabanza a Dios. El trono de Dios ocupa la posición más alta en el universo; sin embargo, Él está “sentado en el trono / Entre las alabanzas de Israel” (Sal. 22:3). El nombre de Dios, e incluso Dios mismo, es exaltado por medio de la alabanza.
David expresó en un salmo que él oraba a Dios tres veces al día (Sal. 55:17). Pero en otro salmo, él dijo que alababa a Dios siete veces al día (119:164). Fue por inspiración del Espíritu Santo que David reconoció la importancia de la alabanza. Él oraba tres veces al día, pero alababa siete veces al día. Además, él designó a algunos levitas para que tocaran salterios y arpas a fin de exaltar, agradecer y alabar a Jehová, delante del arca del pacto (1 Cr. 16:4-6). Cuando Salomón concluyó con la edificación del templo de Jehová, los sacerdotes llevaron el arca del pacto al interior del Lugar Santísimo. Al salir los sacerdotes del Lugar Santo, los levitas situados junto al altar tocaban trompetas y cantaban, acompañados de címbalos, salterios y arpas. Todos juntos entonaban cantos de alabanza a Jehová. Fue en ese preciso momento que la gloria de Jehová llenó Su casa (2 Cr. 5:12-14). Tanto David como Salomón fueron personas que conmovieron el corazón de Jehová al ofrecerle sacrificios de alabanza que fueron de Su agrado. Jehová está sentado en el trono entre las alabanzas de Israel. Nosotros debemos alabar al Señor toda nuestra vida. Debemos entonar cantos de alabanza a nuestro Dios.

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martes, 12 de agosto de 2008

LA IMPORTANCIA DEL QUEBRANTAMIENTO


LA IMPORTANCIA DEL QUEBRANTAMIENTO
Lectura bíblica: Jn. 12:24; He. 4:12-13; 1 Co. 2:11-14; 2 Co. 3:6; Ro. 1:9; 7:6; 8:4-8; Gá. 5:16, 22-23, 25

Tarde o temprano todo siervo de Dios descubre que el obstáculo más grande para su labor es él mismo y se da cuenta que su hombre exterior no está en armonía con su hombre interior. El hombre interior va en una dirección, y el hombre exterior, en otra. El hombre exterior no se sujeta al gobierno del espíritu ni anda conforme a los elevados requisitos de Dios; además, constituye el obstáculo más grande para la labor del siervo de Dios y le impide usar su espíritu. Todo siervo de Dios debe ejercitar su espíritu para mantenerse en la presencia de Dios, conocer Su palabra, percatarse de la condición del hombre, transmitir la palabra de Dios, y percibir y recibir la revelación divina; todo esto lo hace con su espíritu. Sin embargo, el hombre exterior lo incapacita y le impide utilizar su espíritu. Muchos siervos del Señor no son aptos para Su obra, debido a que nunca han sido quebrantados por el Señor de una manera completa. Sin el quebrantamiento, prácticamente no son aptos para realizar ninguna tarea. Todo entusiasmo, celo y clamor son vanos. Este quebrantamiento es fundamental y es la única manera en que uno llega a ser un vaso útil para el Señor.
EL HOMBRE INTERIOR Y EL HOMBRE EXTERIOR
En Romanos 7:22 dice: “Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios”. Nuestro hombre interior se deleita en la ley de Dios. Efesios 3:16 dice: “Fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu”. Y en 2 Corintios 4:16 Pablo dijo: “Aunque nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día”. La Biblia divide nuestro ser en el hombre interior y el hombre exterior. Dios habita en el hombre interior, y lo que está fuera del hombre interior, en donde Dios habita, es el hombre exterior. En otras palabras, el hombre interior es nuestro espíritu, mientras que la persona con la que los demás tienen contacto es el hombre exterior. Nuestro hombre interior utiliza nuestro hombre exterior como vestidura. Dios depositó en nosotros, esto es, en nuestro hombre interior, Su Espíritu, Su vida, Su poder y Su misma persona. Fuera de nuestro hombre interior se encuentran nuestra mente, nuestra voluntad y el asiento de nuestras emociones; exterior a todo esto tenemos nuestro cuerpo, nuestra carne.
Para poder servir a Dios, el hombre debe liberar su hombre interior. El problema básico de muchos siervos de Dios radica en que su hombre interior no encuentra salida a través de su hombre exterior. El hombre interior debe abrirse paso por el hombre exterior a fin de ser liberado. Tenemos que ver claramente que el principal obstáculo en la obra somos nosotros mismos. Si nuestro hombre interior se encuentra aprisionado, nuestro espíritu se halla confinado y no puede salir fácilmente. Si no hemos aprendido a abrirnos paso por nuestro hombre exterior con nuestro espíritu, no podremos servir al Señor. Nada nos estorba tanto como nuestro hombre exterior. La eficacia de nuestra labor depende de cuánto haya quebrantado el Señor nuestro hombre exterior, y de que el hombre interior se libere por medio del hombre exterior quebrantado. Este es un asunto fundamental. El Señor tiene que deshacer nuestro hombre exterior para abrirle paso a nuestro hombre interior. Tan pronto como nuestro hombre interior se libera, muchos pecadores recibirán bendición y muchos creyentes recibirán gracia.

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lunes, 4 de agosto de 2008

LA PRIMERA RAZÓN DE CRISTO


LA PRIMERA RAZÓN POR LA QUE CRISTO TENÍA QUE MORIR
Hay por lo menos tres razones por las que Cristo tenía que ser crucificado. Primero, el hombre es caído y la creación ha sido corrompida por el enemigo; por lo tanto, es necesario que tanto el hombre como la creación fueran juzgados. Por un lado, el hombre está en contradicción a la santidad y justicia de Dios y “carece de la gloria de Dios” (Ro. 3:23); por otro lado, la creación fue sujetada a vanidad y a esclavitud de corrupción (8:20-21). Así que, el hombre y la creación deben ser juzgados por Dios.
Veamos esto desde otro punto de vista. Dios tenía un plan, y Satanás intervino para estorbar, e incluso impedir, el cumplimiento de este plan. Sin embargo, él nunca podrá tener éxito. Es posible que Satanás logre estorbar el plan eterno de Dios y ocasionar demoras, pero jamás podrá impedir que éste se lleve a cabo. Dios ciertamente cumplirá lo que se ha propuesto. De manera que la pregunta que debemos hacernos es: ¿Cómo podía Dios cumplir Su propósito eterno, dado que el hombre estaba en una condición caída y la creación se había corrompido? La respuesta es: por medio de la redención a través del juicio. Por eso Cristo tenía que morir en la cruz. Ésta es la razón por la que Él tenía que ser juzgado por la humanidad caída y la creación corrompida. Mediante este juicio, Dios podría redimir a la humanidad caída, y recobrar la creación corrompida. Así que, la muerte de Cristo le permitió a Dios, por una parte, llevar a cabo Su juicio, y por otra, efectuar la redención. Esto nos muestra la sabiduría de Dios. Dios utilizó la obra de Satanás para Su propio beneficio.
Todos sabemos que éramos pecadores (Ro. 5:19). Somos pecadores por nacimiento, debido a que somos descendientes de Adán. Los niños que nacen en este país, que son hijos de extranjeros, automáticamente se hacen estadounidenses. No necesitan ser naturalizados, pues de hecho son estadounidenses por nacimiento. Asimismo, nosotros nacimos pecadores. No importa cuán buenos hubiesen sido nuestros padres ni cuán buenos nosotros seamos, todos somos pecadores por nacimiento y todos hemos pecado (3:23). Dios tiene que juzgar a los pecadores. Pero, ¿dónde y cómo fuimos juzgados? No hay duda de que necesitamos ser redimidos, pero, ¿dónde y cómo fuimos redimidos? Debemos respondernos estas preguntas delante de Dios y delante de nosotros mismos. Debemos tener la plena certeza de que ya hemos sido salvos del juicio de Dios y que hemos sido redimidos. ¡Podemos declarar confiadamente que hemos sido librados del juicio de Dios y que hemos sido redimidos por Él! Hermanos y hermanas, no sólo fuimos juzgados hace dos mil años en la cruz y en Cristo, sino que también fuimos redimidos por Él. ¡Alabado sea el Señor! Cristo fue juzgado por nosotros mediante Su muerte (1 P. 2:24; 3:18), y gracias a este juicio, Dios nos redimió. Él sólo puede redimir lo que ha juzgado. Dios solamente redime lo que juzga. Ningún pecador puede ser redimido si antes no ha sido juzgado en la cruz. ¡Pero alabado sea el Señor! Ya que Cristo fue juzgado, también logró redención por nosotros (He. 9:12; Ro. 3:24). En el momento en que fuimos juzgados con Cristo en la cruz, fuimos también redimidos. Dios juzgó tanto al hombre pecaminoso como a la creación corrompida, y, al mismo tiempo, los redimió (Col. 1:20-22). ¿Por qué? Debido a que Dios necesita tanto la humanidad como la creación para cumplir Su propósito eterno. Por eso Cristo tenía que morir.

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