miércoles, 4 de junio de 2008

alimento diario

“Jesús había de morir por la nación; y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11:51b-52)
Regenerados para una esperanza viva
Esta semana tendremos como tema: “La salvación completa”. La semana anterior vimos que Pedro escribió una epístola a los peregrinos, dispersos en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, regiones que se localizaban al norte del mar Mediterráneo (1 P 1:1). El término “peregrino” se refiere a los judíos que creyeron en el Señor Jesús y fueron dispersos por esos lugares.
En 1 Pedro 1:2 leemos: “Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas”. Los “elegidos” en este versículo se refiere a los cristianos judíos que fueron dispersos en varios lugares. Ellos fueron redimidos, pues recibieron la aspersión de la sangre de Jesucristo. Además, ellos también fueron elegidos según la presciencia de Dios Padre, quien los separó para Sí.
El versículo 3 dice: “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos”. Los judíos dispersos o peregrinos, además de ser elegidos, fueron rociados por la sangre y santificados por el Espíritu, también fueron regenerados y recibieron una esperanza viva. Esta esperanza está relacionada con el hecho de recibir una herencia en los cielos (v. 4), y se aplica tanto a los judíos como a nosotros los gentiles.
A la luz del libro de Efesios vimos que todos los que creímos en el Señor fuimos elegidos por Dios antes de la fundación del mundo. Los judíos de la dispersión fueron salvos, regenerados y bautizados en un único Cuerpo (cfr. 1 Co 12:13), por tanto, espontáneamente, deberían estar unidos a las iglesias en las ciudades donde estaban viviendo. Todo esto es porque nosotros, judíos y gentiles, fuimos elegidos en Cristo antes de la fundación del mundo. Es decir, antes de la formación del universo y de la tierra, ya habíamos sido escogidos en el Señor para ser santos y reunirnos en un solo Cuerpo, como sucedió con los cristianos judíos (Ef 1:4; Jn 11:52).
¡Que maravilloso es que el Señor, en Sí mismo, de dos pueblos hizo un solo Cuerpo, a fin de expresarlo y representarlo en la tierra hoy, y por toda la eternidad!
Punto Clave: Estar unido a la iglesia
Pregunta: ¿Cuáles son las semejanzas entre nosotros y los cristianos judíos?


“Predestinándonos para filiación por medio de Jesucristo para Sí mismo, según el beneplácito de Su voluntad” (Ef 1:5)
Predestinados para la filiación
Con relación a los judíos dispersos, no hay duda de que recibieron la salvación. Sin embargo, además de la salvación, hay un aspecto importante mencionado en Efesios 1:5: “Predestinándonos para filiación por medio de Jesucristo para Sí mismo, según el beneplácito de Su voluntad”. Así, podemos ver en Efesios, que fuimos predestinados para la filiación. Todos nosotros, los salvos, fuimos marcados, predestinados para la filiación, es decir, para ser hijos legítimos de Dios que Lo expresan en Su vida y naturaleza.
La palabra “filiación” en Efesios 1 equivale a la palabra “primogenitura” mencionada en el Antiguo Testamento (Gn 25:31; 43:33; Dt 21:16; 1 Cr 5:1-2). El primogénito tenía el derecho de heredar todo lo que el padre poseía.
En la semana anterior mencionamos la historia de Abraham con respecto a la distribución de sus bienes antes de morir. En Génesis 25:1-2 leemos: “Abraham tomó otra mujer, cuyo nombre era Cetura, la cual le dio a luz a Zimram, Jocsán, Medán, Madián, Isbac y Súa”. Después de la muerte de Sara, Abraham se casó nuevamente y tuvo seis hijos. Los versículos 5 y 6 continúan: “Y Abraham dio todo cuanto tenía a Isaac. Pero a los hijos de sus concubinas dio Abraham dones, y los envió lejos de Isaac su hijo, mientras él vivía, hacia el oriente, a la tierra oriental”. Aquellos que recibieron dones, sin duda, fueron engendrados por Abraham, pero no tenían la primogenitura, es decir, no podían recibir la herencia del padre. A estos seis se suman Isaac e Ismael, que le hacen a Abraham un total ocho hijos. De acuerdo con la constitución de la mayoría de los países de América del Sur, la herencia debería haber sido repartida por igual entre los ocho hijos. Pero en aquella época no era así; existía el derecho de primogenitura: la herencia era dada sólo a una persona, al primogénito.
La primogenitura era algo tan importante para los judíos que Esaú y Jacob, aún en el vientre materno, luchaban entre sí por ella (Gn 25:22). Ellos no luchaban sólo por nacer, sino para nacer primero. En nuestros países no hay problema en cuanto a quien nace primero o quien nace después, porque finalmente la herencia es repartida igualmente a todos los hijos. Sin embargo, en aquella época no era así: sólo quien tenía la primogenitura, tenía el derecho a la herencia.
Isaac fue el primogénito de Abraham, su heredero. Además de la tierra, Abraham poseía siervos e innumerables rebaños de ovejas, bueyes y otros animales. Podríamos preguntarnos ¿por qué Abraham no distribuyó todo eso también a sus otros seis hijos? Si fuese de acuerdo a la constitución de nuestros países todos podrían reclamar el derecho de ser herederos por igual. Sin embargo, en aquella época, el primogénito era el que heredaba todo. Quien tenía la primogenitura recibía toda la herencia por derecho.
¡Que nosotros también valoremos la primogenitura, es decir, la filiación, y seamos hijos maduros, aptos para tener al Señor como nuestra herencia!
Punto Clave: Luchar por el derecho a la herencia
Pregunta: ¿Cuál es la diferencia entre la primogenitura y lo que establece la constitución de nuestro país?
!Jesus es el Senor!

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